viernes, 6 de octubre de 2006
Atascos
Madrugón (bueno, no ha sido tanto, pero para mí sí que lo ha sido). Después de no haber dormido de la mejor manera. Desayuno. Voy a coger el autobús que me lleva al campus. No tengo ninguna necesidad de ir, pero bueno, a uno le va la marcha y se apunta a un bombardeo con tal de ver gente conocido y así tener una excusa para hacer algún rato en el bar. El bus viene en seguida, pero hay muchísima gente en la parada, así que me mentalizo para tener que ir de pie y con un par de voluminosos libros bajo el brazo. Paciencia. Nada más arrancar, al cabo de unos pocos cientos de metros, el tráfico parado. Mal vamos. Mi mano se empieza a quedar dormida por el peso de los libros y la postura en la que los llevo (se hace muy difícil llevar libros, aguantar el equilibrio y estar agarrado a la barra del autobúis). Empiezo a tener calor. Los coches no se mueven. Avanzamos a paso de tortuga. ¿Qué estará pasando?. Maldigo a todo el mundo. Por el carril de al lado avanza una chica en un descapotable rojo. Lleva mala cara. Pienso que piensa que deben darle preferencia a ella y a su coche, por las pintas que llevan. No soporto a los pijos, pero mucho menos a las pijas (es que soy un poco sexista, qué le vamos a hacer). Poco a poco vamos adelantando. Pero muy poco a poco. Demasiado poco a poco. Me apoyo en el otro pie. Cambio la mano en la barra. Mi tripa, que lleva una temporada rebelde por las mañanas, comienza a rebelarse. Calores, sudores, escalofrío. La cosa tiene muy mala pinta. Me veo saliendo disparado del transporte en busca de algún servicio. El retortijón pasa. Menos mal. Pero se me queda mal cuerpo. No sé si por la rebeldía de mis intestinos o por el agobio de verme parado en una lata de sardinas. Segimos adelante. El personal parece tomarse con resignación el asunto. No nos queda más remedio, y además, estamos en la isla de la calma, así que hemos de seguir alimentando el tópico. No pasa nada. Doy por perdida la primera de las clases a las que hoy tengo que ir como oyente. En el fondo me alegro (a pesar de ir de forma voluntaria, ir a clase no deja de ser un palo, y por momentos me arrepiento). Guardias en los cruces. Debe de haber pasado algo gordo, porque esto no es normal. La verdad, no me preocupa demasiado. Lo que me preocupa es que aún no veo la causa del atasco. A lo lejos no veo ningún camión, ni nigún accidente, así que aún nos debe de quedar mucho de embotellamiento. La paciencoia se agota.
Al salir del casco urbano la cosa mejora un poco, y encaramos la carretera, que está bastante despejada. Loado sea el señor. Ya pronto llegaremos. Me bajo alguna parada antes de mi edificio para poder caminar. ¡Qué alivio!. Al llegar veo a los compañeros esperando en la puerta de clase. El profesor también ha llegado tarde y en seguida vamos a empezar la clase (y yo con la ilusión de habérmela perdido). Me informan de que ha habido un accidente en un polígono industrial. ¡Pero esa al otro extremo de la ciudad! ¿Cómo es posible que por un accidente, por muy aparatoso que haya sido, se colapse toda una ciudad?. Nadie se lo explica. En fin. Resultado: una hora para hacer unos 7 kilómetros, más del doble de lo que se tarda normalmente. Y la sensación de estar teniendo un mal día para toda la jornada. Y para colmo por la noche tengo que ir a trabajar, y con el día que llevo me espero lo peor.
Cuando nos vendieron el progreso, no nos contaron estas cosas (o estaba en la letra pequeña del contrato, vaya usted a saber).
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