domingo, 15 de septiembre de 2019

De los tatuajes

De un tiempo a esta parte va tomando forma en mi mente la idea de que la mayoría de fenómenos de la moda no son tan superficiales como parecen. Lo estético no es (sólo) cuestión de vanidad y postureo. Todo está enraizado en profundidades que no siempre estaríamos dispuestos a reconocer. ¿Porqué se usa un determinado tipo de prendas, colores, palabras, gestos... y no otro? ¿de qué es síntoma lo que se ve (lo que dejamos ver, y sobre todo, lo que no dejamos ver de forma consciente)? Reflexiones de este estilo me las inspira el fenomeno de los tatuajes, tan presente hoy en día. Siempre ha habido tatuajes, pero eran algo tribal en su origen (y puede que todavía lo sea) y luego fue algo muy asociado a cuestiones del lumpen (presidiarios, delincuentes...) o a determinadas profesiones (gente del mar, algunas secciones de los ejércitos...). Pero de un tiempo a esta parte es algo muy popular y todos conocemos a alguien que se ha hecho algún tatuaje (eso cuando no los llevamos nosotros mismos). Hay quien ha convertido su piel en un lienzo y se han coloreado las partes más inverosímiles, en una especie de carrera por ver quién lleva los tatuajes más extremos y originales. 

Mi idea es que tiene que ver con un afán de permanencia. Muerto y descompuesto Dios hace ya tiempo, atomizadas las sociedades, pulverizada la economía por la crisis, cunde la sensación de que no hay nada a lo que agarrarse. Ni siquiera a uno mismo, y de ahí el afán de cubrirse de decoración que aspira a una parcela de eternidad, a modificarse más bien poco y que será fácilmente retocable y perfeccionable. 

También tengo la idea de que llegará el momento en que la moda nos hará detestar los tatuajes, y entonces la carrera será por borrarse toda la tinta que se haya puesto uno en la dermis. 

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