Termina 2016, un año que nos está dejando un regusto amargo, y no sólo por el reguero de muertes significativas que ha dejado (no siempre por su importancia, pero sí por su poder icónico). Si alguien en los 90 se creyó lo del fin de la historia y a pesar de todo lo ha seguido creyendo, debería haberse bajado ya del guindo, porque la cosa ha ido de sobresalto en sobresalto: atentados varios (en realidad nada nuevo y que no vaya a continuar, pero ayuda a esta sensación de agobio en la que vivimos), Brexit, Trump, nosotros sin gobierno... 2016 ha sido un circo de tres pistas.
Y 2017 no pinta mucho mejor, me temo que la sensación de ir cuesta abajo y sin frenos, cada vez más acelerados a un abismo del cual no vemos el fondo, va a acentuarse. De muertes, habrá muchas, como todos los años, pero en lo que respecta a la música (el campo en el que la cosa ha sido más dramática en 2016), también tendremos que acostumbrando a ver cómo nos dejas grandes figuras e ídolos, porque los mitos que protagonizaron aquellos años 50, 60 y 70 ya van siendo mayores y el tiempo no perdona.
En lo personal, 2016 ha tenido casi de todo, pero destacaría un final y la recuperación de sensaciones que creía que ya no volvería a tener (no necesariamente agradables, pero que me agobiaba el haber perdido). Así que sí, en este año preñado de muerte, yo me he sentido muy vivo.
Que la fiesta continúe.
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