2013 no ha sido el mejor año. De los que suele decirse que son para olvidar, cuando en realidad son los que más han de estar en el recuerdo. En parte porque el recuerdo es algo del pasado, que ha quedado atrás, y en parte porque el dolor suele ser más productivo, se puede extraer de él más que de la felicidad. No se trata de regocijarse en la desgracia o la incomodidad, sino tan sólo tenerla presente, saber que lo negativo existe, y no intentar cubrirlo con una capa de pintura positiva que no es más que un bálsamo. Sólo así escuece un poco menos.
De entrada, no parece que el año nuevo vaya a traer muchos cambios, aunque sí que hay algún reto en un horizonte indefinido de los próximos meses. Esperemos, al menos, poder seguir guardando cosas en la memoria.