Mis abuelos cantaban en un coro, y fueron a la olimpiada popular que se tenía que celebrar en Barcelona (una forma de protesta del gobierno del frente popular ante las olimpiadas de Berlín) a partir del 19 de julio. Allí les pilló el inicio de la guerra, y mi abuelo se tuvo que ir al frente de Aragón, mientras que mi abuela se fue a Francia en un difícil periplo (buena parte del trayecto lo hizo a pie). Una vez que contaban su historia, recuerdo que mi madre les preguntó cómo es que se arriesgaron a ir a Barcelona con la situación tan revuelta que había, y la respuesta de mi abuela fue que estaban acostumbrados a las huelgas y a los asesinatos políticos, y que en ningún momento esperaban que ocurrieran lo que ocurrió, lo cual es sorprendente. La anécdota instruye sobre la cotidianeidad, que se puede llegar a establecer en los entornos más hostiles imaginables (por ejemplo, mi abuelo nos habló en otra ocasión de una paella que cocinaron en el frente, y de un obús que fue a caer directamente encima de la paellera). Pero también nos dice algo sobre la sorpresa y la imposibilidad de prever lo que está por venir, por más que muchos signos lo anuncien (aunque, claro está, eso es algo que se ve a posteriori). Desde entonces siempre he vivido con la sensación de que en cualquier momento se puede producir un giro del destino que altere y haga tambalear lo que creemos más firme.
Por la parte paterna, dada la lejanía, no tuve un contacto muy estrecho, pero sí que me llegó un recuerdo postmortem. En una de las veces que hemos ido a la tierra de mi padre, para la boda de algún primo, revolviendo fotos y documentos viejos de mis abuelos, aparecieron una fotos, originales, del hundimiento del crucero Baleares. Lo reconocí en seguida porque había visto recientemente las, digamos, oficiales, y estas se les parecían muchísimo. Sabíamos que durante la guerra estuvo en la marina del bando nacional, pero no los pormenores, y esas fotos le colocaban en una de las principales batallas navales de la guerra (aunque no parece que directamente en el hundido crucero Baleares, sino en alguno de los que le acompañaban). La cosa tiene su aquél, porque él era de tierra adentro, y luego, cosas del destino, iba a acabar teniendo familia balear.
2 comentarios:
Muy interesante, querido. A mí también siempre me ha obsesionado esa dinámica a peor que, a partir de un suceso concreto, puede prepcipitarlo todo hacia un enfrentamiento irreversible. En general estas cosas no se quieren ver venir por nuestro irredento 'optimismo antropológico', que decía ZP. Necesitamos esperanza cada día, confianza en que todo saldrá bien. Fíjese en la crisis de 2007 y 2008, por ejemplo. O incluso, un caso más extremo: el de la Shoah. Siempre se preguntan los historiadores por qué tantos judíos se dejaron conducir a los campos de la muerte sin apenas resistencia. Los supervivientes lo tienen claro: aunque había indicios, y en algunos casos evidencias, no podían creer que se pudiera llegar a ese extremo. Pues hay que creerlo, porque como decía Bataille la oscuridad nunca miente.
Ciertamente, hay que estar preparado siempre para lo peor. Una cuestión que me inquieta en los últimos tiempos es que muy probablemente estemos en uno de esos momentos de espiral en la hay en marcha dinámicas infernales que cualquier día, por cualquier tontería (incluso por hechos inferiores a otros mucho más graves que hayan sucedido), harán saltar todo por los aires.
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