miércoles, 14 de noviembre de 2012

Jünger ante los cadáveres


Una actitud que relata Jünger en su Tempestades de acero (sus memorias de la primera guerra mundial), y en la que, extrañamente, me he reconocido: 

He contemplado ya muchos cadáveres, pero no he podido acostumbrarme a su visión; también hoy por la mañana, al inclinarme sobre el muerto, me sorprendí a mí mismo adoptando una conducta extraña, que ya he observado varias veces en mí. Mis ojos se acomodaron para mirar a lo lejos, como si, mientras miraban aquel objeto cercano, no pudieran verlo con claridad. También los pensamientos están como paralizados en ese momento. Es como si por un instante se hiciera visible la entrada de una cueva y luego volviera enseguida a cerrarse. Tal vez los muertos posean una fuerza secreta, irrefutable.

martes, 13 de noviembre de 2012

Femme fatale todo a cien

Una vez conocí a una chica cuyo lema parecía ser "las mujeres siempre conseguimos lo que queremos". Lo repetía a menudo, poniendo cara de traviesa, como diciendo "ojito conmigo". Pues resulta que quería algo de mí. No lo consiguió. Pero ella siguió con su "las mujeres siempre conseguimos lo que queremos" y su cara de malota. 


jueves, 8 de noviembre de 2012

Sin guía

En épocas de encrucijada hacen falta más que nunca guías que muestren algún camino a seguir. En tesituras así puede surgirte un Churchill o un Hitler. Pero no parece que en el horizonte haya nada. Por suerte por un lado. Por desgracia por el otro.

miércoles, 7 de noviembre de 2012

Previsiones fallidas

Siguiendo con la incertidumbre, la zozobra y la búsqueda de asideros, confesaré que siento una malsana satisfacción cuando se frustran ciertas previsiones, sobre todo las del tipo: "el año que viene ganaremos x dinero". Eso por no hablar de que cada dos por tres las están revisando. Con el fallo se constata que, al no haber logrado apresar los hechos, la sensación de falta de seguridad es mayor. Y lejos de buscar los medios de afrontar los seísmos presentes, proyectan acontecimientos futuros que únicamente son ciertos enn el presente de ahora y no en el suyo.

martes, 6 de noviembre de 2012

Un lastre social

Uno de los grandes problemas (si no el más grande) que nos aqueja, es que el país está lleno de trepas y pelotas que ocupan cargos y puestos para los que, sencillamente, no son aptos. Seguro que todos conocemos más de un caso. Ese tipo que con altas dosis de jeta y desfachatez, acompañados del carnet de algún partido, ocupan un despacho. Que si se ven en un aprieto, huyen hacia adelante, a ver si con suerte pueden arrollarlo, y si caen, es por culpa de algún imponderable que ellos, por supuesto, usted no sabe con quién esta hablando, no tienen porqué intentar prever (siempre se pierde por culpa del árbitro, del césped, del frío o de vaya usté a saber, pero difícil es que alguien entone un mea culpa). Jefecillos mediocres que se creen los reyes del mambo porque han caído en gracia a algún superior, han sabido venderle la moto y les ha colocado allí (cuando no les han creado el cargo ad hoc). Que saben parecer imprescindibles sin que se sepa bien qué es lo que hacen, y que lo que hacen lo hacen de forma muy mejorable pero que no hay forma de pillarlos porque eso es de ellos para abajo, y para arriba saben disfrazarse muy bien.

En el fondo, se trata de una meritocracia. Pero los méritos que cuentan no son los del desempeño del cargo, sino otros, los de haber sabido llegar a él. Ahí se acaba el tema. A partir de ahí, sólo hay que hacer méritos para subir al siguiente nivel (aunque el verdadero trepa aprovechado sabrá no llegar demasiado arriba y esquivar los puestos con excesiva visibilidad, con el fin de quedarse en limbos invisibles y cómodos a perpetuidad).

Y al final, uno tiene la sensación de que sí, hay crisis, se han hecho cosas mal, la situación es jodida, pero que no lo sería tanto si no estuviéramos tan infestados de personajes de esta clase, que suponen un lastre que nos ha hundido, nos hunde y hacen que las brazadas que intentamos dar para salir a la superficie sean inútiles.

lunes, 5 de noviembre de 2012

¿Dónde cortar?

Una de las grandes dificultades que me encuentro al elaborar mi tesis doctoral, más allá de la redacción y el estilo, o de los temas a tratar en su desarrollo, es la de no ver bien claro dónde cortar. ¿Hasta dónde me documento? En vista de la cantidad de textos (artículos en revistas, libros..) que versan sobre los asuntos que me interesan, y que cada uno de ellos me lleva a otros que parecen a priori interesantes, está claro que hay que cortar en algún punto. He de decirme: "hasta aquí hemos llegado, ahora a ponerlo sobre el papel". Porque si hemos de esperar al próximo-documento-clave para empezar, no lo haría nunca. Pero siempre queda esa duda de "¿y si me dejo algo importante por revisar?¿algún texto que me pueda dar nuevas claves, o al menos dejar más claro lo que quiero expresar?".  

Luego está la cuestión de hasta qué punto profundizar en el desarrollo de la tesis. Porque aunque haya un tema central que es el que mueve la investigación, surgen cuestiones paralelas que han de ser puestas sobre la mesa. Algunas de ellas darían para otras tesis doctorales. Y el asunto es apuntarlas, esbozarlas, sin que entorpezcan la tesis central pero al mismo tiempo sin que queden simplificadas y que parezca que no se ha visto la complejidad que hay en ese punto (que no quede como algo que se ha dicho de pasada y sin reparar en la veta que hay ahí)

Por eso, la pregunta es ¿Dónde cortar? Otra vez la incertidumbre.

domingo, 4 de noviembre de 2012

Incertidumbre médica

A lo largo de mi experiencia profesional (de ya más de una década: cómo pasa el tiempo), en algunas ocasiones me he encontrado con algunos casos en los que no se sabe lo que el paciente padece. No se sabe lo que le pasa. Los esfuerzos del equipo se centran en intentar solucionar los signos y síntomas que van surgiendo (por ejemplo, bajar una fiebre, cortar una hemorragia...), pero desconociendo totalmente el porqué se dan. Se le hacen todo tipo de pruebas diagnósticas, y todo es normal o no se dan resultados concluyentes. Es entonces cuando se puede observar la zozobra en el equipo (sobre todo en el lado médico, que es el encargado de diagnosticar patologías y proponer tratamientos), que no sabe lo que tiene entre manos. 

Ciertamente, se diría que sin saber qué ocurre no es posible afinar en las técnicas y fármacos que hay que desplegar. Tampoco es posible, ante el total desconocimiento de las causas profundas de la situación, prever la evolución y ponerle freno al desarrollo o anticiparse a los acontecimientos. Todo eso va en el lote. Pero va también otra cosa, más nuclear, y es la incomodidad que nos provocan las situaciones que no sabemos a qué atenernos. Como humanos, ansiamos tenerlo todo controlado, con su nombre, clasificado y en su lugar. En grandes rasgos, esa es la labor infinita de la cultura humana, que ha desarrollado toda una plétora de variantes con tal de asegurar cierto aseguramiento.

La ciencia es un sofisticado medio de establecer certezas seguras, de aproximarse a lo circundante y coagularlo en leyes más o menos inmutables. Por eso a una mentalidad científica, como es la de los médicos de hoy en día, en la que todo es un mecanismo entrelazado de causas y efectos, el no saber qué tienen delante es un golpe duro. Los ves preocupados, sumergiéndose en bibliografía, interrogando a todo el mundo (familiares y otros profesionales), medio desencajados ante la certidumbre de que hay algo que se les escapa y no saben qué es ni por dónde han de buscarlo. Impotentes en grado sumo. No están entrenados para ello, como en general no lo estamos nadie (de cada vez menos, en este mundo que nos hemos construido donde todo es cada vez más calculable).

Al final, si no se alcanza solución, quedan como una anécdota, o como la señal de que hubo algún dato que se escapó o que no se supo apresar. O se desdeña o se vuelve la mirada hacia adentro del sistema, hacia las carencias que seguro que tuvo que haber. En lugar de enfocar hacia la parte exterior de esa zona límite que constituyen estos casos, en los que se entra en contacto con el no-saber, con la incertidumbre y la falta de asidero. Con la que es, en definitiva, nuestra situación más pura, aquella en la que estamos, por más que todo el andamiaje de seguridades con que nos hemos dotado nos impidan verla. Por eso, aunque escasos, estas situaciones pueden llegar a ser muy valiosas. Pero no desde el punto de vista médico (para el cual son únicamente un estímulo para seguir investigando y aclarar algo las cosas).