martes, 31 de agosto de 2010

Aprendiendo: la traición del padre

Recuerdo el día que aprendí a montar en bici. Era una BH. Roja, plegable, de tamaño mediano. Llevaba tiempo con las ruedecitas laterales, y no me atrevía a abandonarlas. Me sentía seguro con ellas, pero el tiempo me iba haciendo mayor y ya empezaba a estar ridículo con ellas. Mi padre decidió que ya estaba bien, y un domingo por la tarde desmontó las ruedecillas y me llevó con la bicicleta a la calle. A una travesía que pasaba por debajo del balcón de mi casa (la entrada del edificio estaba en la calle principal, pero el piso donde vivíamos daba a la travesía). Poco más de cien metros de asfalto sin tráfico un domingo por la tarde. Allí empezamos el ritual. Al principio mi padre agarrándome por el sillín y el manillar, dándome instrucciones, guiándome. Yo tambaleando y temblando de miedo, aunque con la seguridad de unas manos adultas en las que confiaba. Estaba ante uno de esos rituales de paso, un jalón en el camino hacia el "ser mayor". Mi padre me tranquizaba, me decía que mirara adelante, que no me preocupara de si me agarraba o no, que no me dejaría caer. Así recorrimos un par de veces la calle, hasta que llegó un punto en que me soltó. Y yo avancé varias decenas de metros solo. Hasta que me dí cuenta de que ya no tenía ningúnsostén, momento en el cual empecé a tambalear y dar golpes de manillar a un lado y a otro para enderezarme. Y no me caí, al menos hasta la siguiente vez. Pero ya estaba hecho, ya me había lanzado, y no era para tanto. Ahora todo era refinar el equilibrio y la técnica.

Fue uno de esos momentos paternofiliales que tan bien quedan en las películas, pero que existen y son inolvidables. Y no sólo por el aprender a pedalear sobre dos ruedas, sino por el hecho de percatarme de que mi padre, esa figura protectora en la que confías a ciegas cuando eres niño, no tuvo  reparos en soltarme llegado el momento, en traicionarme diciendo que no me iba a soltar, aunque al final lo acabó haciendo. Con el tiempo, te das cuenta de que no sólo es a ir en bici lo que aprendiste, sino que hay traiciones felices, de las que sales reforzado. Todo es cuestión de equilibrio.

2 comentarios:

PENSADORA dijo...

Sí, esas pequeñas traiciones son las que nos han enseñado cosas.

En mi caso la cosa fue con el nadar. Solíamos pasar las vacaciones en una paradisíaca playa del caribe. Yo debía tener unos 5 añitos y siempre me bañaba con flotador. Un día me encontré que estaba pinchado y, puesto que la población más cercana estaba a dos horas de barca, mi madre me enseñó a nadar a pesar de mi enfurruñamiento y consecuente pita con pucheros.

Años después, un día de navidad, mientras mi familia alababa mi buen hacer en la natación, mi madre confesó que había pinchado ella misma aquel flotador.

Siempre recuerdo a mi madre sujetándome en el agua, poco a poco sus brazos se alejaban de mi barriguita y me decía ¿ves cómo flotas tú solita?...

Y solita sigo flotando, oiga.

El Pez Martillo dijo...

¿Y cuándo te camuflan la verdura, el pescado o lo que no te guste comer y te dicen que es otra cosa? ¿Y los Reyes Magos y el ratncito Pérez? Aunque sin duda, una de las mentiras/traiciones que más marcan a los niños es la del "No te dolerá" (y esto me inspira para escribir una entrada).