miércoles, 6 de junio de 2007

Mallorca y el mar


Mallorca es una isla. Está rodeada del mar por todas partes. El mar debería tener mucha importancia para los mallorquines. Pero no es así. Se da la paradoja de que históricamente el mallorquín ha vivido muy de espaldas a la realidad que lo envuelve. En parte se debe a que la isla es lo suficientemente grande como para tener una vida interior, con un sector agrícola importante y distancias lo suficientemente largas como para, hasta la llegada del automóvil, ser una molestia el hecho de acercarse a la orilla. Además, la historia no lo ha puesto nada fácil. Muchas han sido las invasiones y los ataques piratas que la isla ha tenido que sufrir. Y todos han llegado por el mismo sitio, por el mar. Motivo más que suficiente para que estar cerca del mar fuera considerado algo peligroso. De hecho, hubo muy pocas poblaciones a la orilla del mar. Exceptuando algunas aldeas de pescadores y las tres ciudades protegidas por las tres bahías (Palma, Alcudia y Pollença), todos los demás núcleos han tendido a estar en el interior, con, tal vez, alguna pequeña colonia en la costa para los pescadores del lugar.

El mar es peligroso, abismático, ignoto, una muy buena imagen de la realidad, de la cual sólo conocemos una pequeña franja más o menos superficial, ignorando todas sus profundidades y corrientes. Vivimos rodeados de una inmensidad que nos supera y de la que ni ahora ni nunca hemos sabido gran cosa, y no es de extrañar que desde muy antiguo se la mirara con temor y respeto. Todo lo relacionado con el mar ha estado teñido en la historia de la isla con un aura extraña y peligrosa. Incluso las gentes que han hecho de él su modo de vida han sido en parte rechazadas y han tenido mala fama. De hecho, en los pueblos del interior no toleraba a los marineros y pescadores, y se procuraba que las jóvenes no entraran en contacto con ellos, ya que eran "mala gente".

Si uno se fija en las fiestas populares, en la gastronomía, en el lenguaje, se da cuenta de que la presencia del mar, ominosa en lo geográfico, no lo es tanto en lo humano. Y es que el estar rodeados provoca cierta angustia que es minimizada negando la realidad que nos envuelve, no queriéndola ver. No es que el mar no esté presente, sería absurdo que no lo estuviera, pero no tiene el peso que se esperaría dada nuestra situación. Otras islas más pequeñas son más marineras, pero nosotros no.

Las cosas empezaron a cambiar en el siglo XX, con la llegada masiva del turismo, que básicamente buiscaba el mar. Como muy a menudo ocurre, tuvieron que ser los que venían de fuera los que nos hicieron ver lo que teníamos, y los que nos enseñaron a disfrutarlo. Porque las playas aquí siempre habían estado en un estado de abandono, nadie las había usado hasta que llegaron los turistas. Es más, aunque parezca paradójico, hay gente que no sabe nadar (y no son una minoría). A los que vienen de fuera les sorprende y es una de las cosas que suelen comentar, el relativo desdén que le tenemos los aborígenes al mar. Yo, personalmente, puedo estar meses sin ni siquiera verlo, y no lo echo de menos si tengo que ir a algún sitio sin mar.

2 comentarios:

Johannes A. von Horrach dijo...

Sí que es curioso (y cierto) ese vivir de espaldas al mar, que para un isleño es como olvidarse de la madre. A mí me pasa (lo del mar, no lo de la madre). ¿Recuerda, amigo Pez, a nuestro boss Cabot contando que su abuelo nunca había ni siquiera visto el mar? Mateu le preguntaba si no tenía curiosidad por echarle un vistazo algún día, antes de morirse, a lo que 'es predí' le contestaba con una típica salida mallorquina: "jo no hi he perdut res allà".

Johannes A. von Horrach dijo...

Por cierto: he leído teorías sobre ese miedo al mar, y algo pueden tener que ver los ataques de piratas a las costas mallorquinas (recordar que el Mediterráneo medieval y moderno estaba infestado de piratas), con el pánico que generaban, pánico que tal vez haya perdurado en nuestra psique colectiva. Verosímil, ¿no?