miércoles, 28 de marzo de 2007

Las tres M de la enfermería II: Monjas


Tampoco somos monjas. Es curiosa la asociación que se ha hecho entre la enfermería y las monjas. Porque resulta que no es algo tan antiguo como pudiera parecer. Es cierto que en un principio, lo de cuidar a los enfermos debía ser cosa de mujeres, por eso de que las que se quedaban en la cueva eran ellas, y por la cuestión de los cuidados maternales. Sin embargo, la cosa cambió pronto, y al empezar la civilización poco a poco los cuidados fueron cosa de hombres, en concreto de los sacerdotes. Bajo la concepción mágico-animista de la naturaleza, la enfermedad tendía a ser vista como un desequilibrio, una influencia de algún espíritu maligno o las consecuencias de los pecados del sujeto, por lo que el más adecuado para reconducir la situación era el chamán de turno. La tendencia se acentuó en los lugares en los que el desarrollo de la amedicina permitió el surgimiento de la cirugía y de una medicina más o menos evolucionada (en estos casos, la mujer, al quedar apartada de estos ámbitos, era poco idónea). Con la irrupción del cristianismo se produce algún cambio, sobretodo relacionado con la visión de la enfermedad. Ahora ya no se trata de expulsar espíritus malignos, ni reequilibrar el organismo, sino que lo que hay que hacer es redimir al enfermo, ayudarle (por la vía de la caridad) a que supere la prueba que Dios ha puesto en su camino (debida a sus pecados o a la volunhtad divina). Los sacerdotes siguen siendo fundamentales en esto, pero de momento siguen siendo los hombres los que llevan la batuta (entre otras cosas porque las monjas estaban recluidas en sus conventos, y porque el hombre ha tenido un papel más activo en la Iglesia). Durante estos siglos aparecieron numerosas órdenes religiosas que se encargaban de cuidar a los enfermos, sobretodo a partir de el aumento de las peregrinaciones y de las cruzadas.

El papel de la mujer en el ámbito de los cuidados volvió a ser fundamental a partir del Renacimiento, momento en el que la Reforma y las guerras de religión mantuvieron a los hombres demasiado ocupados en otros asuntos. Además, en paralelo a estos procesos, se estaba desarrollando la revolución científica, que estaba empezando a dar sus frutos en el terreno de la anatonía y la patología, permitiendo que se introdujeran nuevas técnicas y tratamientos a la enfermedad. Ésta era de cada vez menos un asunto divino, y se estaba convirtiendo en un asunto del cuerpo que se podía arreglar desde el cuerpo mismo. A partir de aquí se produjo la segregación entre hombres y mujeres. El hombre se dedicó más bien a la investigación y a los aspectos más racionales (diagnóstico, cirugía...), mientras que se dejó a la mujer el aspecto más "sucio" de la labor médica. Hay que señalar que hasta ese momento, las autopsias y el mutilar cadáveres estaba prohibido por la Iglesia, y no fue hasta entonces cuando se fue bien consciente de lo es un organismo (una mezcolanza de fluidos varios y de viscosidades, muy bien enmarcados y protegidos por la piel). No es de extrañar que en cuanto esto se mostró a las claras, se dejara el puro contacto con el cuerpo para las mujeres, que, por motivos harto conocidos era considerada como algo sucio (el tema de la serpiente, su naturaleza viscosa y algunas peculiaridades de sus ciclos lo ponían muy fácil). De todos modos, el ambiente en el que todo esto se desarrolló, era profundamente cristiano, por lo que la caridad todavía era un motor muy importante a la hora de lanzarse a cuidar enfermos. Por eso las mujeres religiosas resultaban ideales para la labor del cuidado de los enfermos, entre otras cosas porque con ellas se escamoteaba el aspecto lúbrico del contacto con el cuerpo.

Desde entonces y por un par de siglos, la enfermería estuvo muy asociada a las monjas, hasta que en el siglo XIX se empezó a poner en marcha la profesionalización con unos estudios y un ámbito de actuación propios (es decir, que ya no valía cualquiera con intenciones piadosas). La situación dura hasta nuestros días, creo que todos conocemos hospitales en los que trabajan monjas, incluso que los gestionan. Pero la cosa ya ha cambiado, porque ahora para ejercer se debe tener un título que nada tiene que ver con el monasterio. Lo que pesa son loos criterios científicos y racionales, no los de una voluntad piadosa que pretenda con el desempeño de una labor caritativa radimir a los demás y redimirse a una misma. No hemos de salvar a la humanidad, ni hemos de entrar en contacto con ninguna divinidad merced a nuestra dedicación a los demás mostrando que nuestros pecados quedan amortiguados por todo el bien que hemos hecho en el mundo. Por supuesto que puede haber gente que tengo estos motivos, y son muy legítimos, pero quedan en el ámbito de las decisiones personales y no son el motor de la profesión (que es más bien la de observar, identificar problemas y necesidades no cubiertas y planificar un tratamiento adecuado a ellas, todo ello con criterios lo más científicos posibles y de forma más o menos unificada).

3 comentarios:

Jarttita. dijo...

Otro error, pienso yo, es creer que por el simple hecho de ser monjas, se está preparada para atender a nadie. Físicamente....

Zapatero a tu zapatos, que dirían...

El Pez Martillo dijo...

Correcto.

Anónimo dijo...

Tengo una amiga que buscar una enfermera, os dejo su anuncio

http://olgabejanodominguez.blogspot.com/